Ellos siempre fueron muy unidos de la misma manera que con su madre, la reina y sus hermanos, los jóvenes príncipes.
Aurora crecía rápido. Cuando jugaba pareciera que volaba como un colibrí libre por los campos visitando las flores que allí lo decoraban.
Los años pasaban y todos eran muy felices, entre risas y juegos, penas y problemas, los reyes y padres de la pequeña Aurora se esmeraron siempre por darle lo mejor a sus hijos hasta que cada uno tomó su camino.
Aurora ya en edad adulta, junto con su padre vieron que algo no andaba bien, la reina, su querida madre había enfermado. Su mundo se les cayó de golpe, los exámenes arrojaban un panorama desolador para la familia, era cosa de esperar.
El tiempo pasaba, el padre se esmeraba por lograr que su reina continuara sintiéndose como tal en un clima de mucho amor, cariño y eternas conversaciones esperanzadoras para todos.

El rey y sus herederos se sintieron devastados por la fatídica partida de la reina, pero este cambio no era nada mas que un nuevo comienzo en la vida de la pequeña Aurora. Sus juegos y sus risas cambiaron por lágrimas, la partida de su madre era un golpe duro, pero algo en su corazón le decía que era necesario.
Ya casi a pasado un año en que la reina dejó su trono, Aurora por fin comprendió que el sol sale todos los días en su reinado, ese mismo sol que muchas veces es esquivo por la presencia de las nubes caprichosas, ilumina su camino, es el mismo que ilumina a su madre cuando reinaba, y la luna, guardiana de los sueños de niños, jóvenes y adultos, no es quien sino su propia madre quién ilumina las noches de su querida y amada Aurora.